Las bibliotecas representan esa idílica isla desierta a la que no tengo que pensar qué llevarme porque ya está todo allí
Este miércoles, como cada 24 de octubre desde hace 15 años, se celebró el Día Internacional de las Bibliotecas. La verdad es que a mí me escama bastante esto de los “días internacionales de …”, porque me da la impresión de que solamente sirven para que nos acordemos de cosas que, por otra parte, tenemos absolutamente olvidadas las restantes 364 jornadas del año. Eso, sin contar que hay tantos días internacionales que es imposible estar a todo lo que se “celebra”.
He pasado muchas horas de mi vida en bibliotecas.
En muchas, pero sobre todo en la municipal de La Roda, ya desde que estaba en la planta superior de la Casa Consistorial, hasta la coqueta instalación de que podemos disfrutar ahora en la Casa de la Cultura. La mayor parte de esas horas la dediqué al estudio: trabajos para el cole o para el instituto, preparación de exámenes universitarios o de oposiciones, lo típico para la inmensa mayoría de los usuarios de estos espacios tan especiales, que parecen tener una vida propia casi totalmente al margen de la realidad cotidiana, y que, para mí, es bueno que así sea.
Pero también visito las bibliotecas por el puro placer de encontrarme entre libros (y entre periódicos, revistas, música, películas). Leer un libro, o simplemente hojear la prensa, en una biblioteca se me antoja una experiencia que admite pocas comparaciones si se trata de eso que cada vez se practica menos, y que, de manera ciertamente cursi, conocemos como “alimentar el espíritu”. Desde luego, es muy fácil encontrar personas cuya indiferencia por los libros se acerca al ridículo más absoluto. A finales del pasado agosto, robaron en una biblioteca de playa en Benicàssim. Los ladrones causaron diversos destrozos y se llevaron un teléfono móvil, una bolsa de playa, material de papelería y tres ejemplares de la revista ¡Hola!, pero no tocaron ni un solo libro. Eso dice muy poco en favor del nivel cultural de los rateros, pero se agradece la consideración.
Libro – Antonio Muñoz Molina, La noche de los tiempos (2009). “¿Otra historia sobre la Guerra Civil y los años previos? ¡¿Más de 900 páginas?! Creo que voy a pasar.” Comprensible reacción, a priori, ante semejante tocho, pero craso error si se es consecuente con ella y no se lee esta grandísima novela, ambientada en los años de la Segunda República y el inicio de la contienda civil española, y habitada por personajes de ficción de una profundidad asombrosa y también por magníficos retratos de personajes históricos (Juan Negrín, José Moreno Villa, José Bergamín). Gracias a todos ellos, la serie de reflexiones sobre la condición humana que plantea la convierten en un clásico de nuestra literatura. Obra maestra.
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